EMOCIONADO RECUERDO AL MAESTRO PEDRÉS

La noticia, aunque esperada, trae escalofríos de ausencias y remueve en lo más profundo de las entrañas un sentimiento agridulce, con la dulzura del recuerdo de un hombre machadianamente bueno y con la pena de la partida sin retorno. Sí. La noticia no dejaba margen al equívoco: ha muerto el Maestro “PEDRÉS”.

            Por Eulalio, sabía de su estado delicado de salud. Pero, a estas cosas no se acostumbra nunca uno. Está claro, que, además de los hachazos que da el tiempo a la fiesta, desde donde más duele, desde el interno, éste es un duro golpe a la memoria de la tauromaquia.

            Pedro Martínez González, “Pedrés” en los carteles, había nacido en Albacete, en el caserío de Hoyas de las Vacas, en 1931. Se vistió por primera vez de luces en Albacete, un 2 de julio de 1950, debutando con caballos, un año después en el mismo coso.

            Pronto la afición albaceteña se dividió en dos bandos: “Pedrés” y Montero, arrastrando un sinnúmero de paisanos en los mano a mano hábilmente explotados por las empresas  En Calasparra, aprovechando ese tirón, actuaron ambos el día de los Santos de 1952, con ganado de Manuel González, del encaste Contreras, con “Cantalares” de sobresaliente. Creo que se armó la marimorena y el lleno fue total.

            Pero creo que con esto basta, para la biografía de guardia. Ya en los diarios y noticieros especiales se glosará merecidamente su figura.

            Este servidor simplemente quiere dejar patente su emocionado recuerdo de unos cuantos encuentros, tan auténticos y tan humanos, que siempre permanecerán en la memoria. Parecía que el destino había dispuesto una especial sintonía entre un gran maestro, extraordinaria persona, y un aficionado y un maestro de pizarra y tiza. Y me explico:

-Nacimos en el mismo día, un 11 de febrero, día de la Virgen de Lourdes, lógicamente en años distintos, él veintiún años antes.

-Debutó en Calasparra el año de mi nacimiento. Lógicamente ignoro si me llevaron en “pelele”, pero si recuerdo a mi abuela materna, extraordinaria aficionada, hablando del revuelo y de la cantidad de gente que vino de fuera y del emocionante duelo en la arena.

-La primera vez que lo traté personalmente, fue en su finca salmantina, junto a la Raya de Portugal, con buenos amigos y aficionados de Calasparra. Me impresionó su estampa, su dignidad de senador romano y su generosa hospitalidad. Debí de caerle bien, porque tuvo palabras encomiables para mi humilde persona. Tengo testimonio gráfico, con regalo de uno de mis libros, pero -¡maldita memoria!- no lo he encontrado, para que ustedes lo vieran.

-Fui, con el Club Taurino, en más ocasiones, y siempre tuvo un rato para regalarme su charla sabia y sus ajustados y ponderados comentarios sobre cualquier tema. Además, tuve el placer de ir en compañía de otro Pedro, mi querido y añorado Pedro Merenciano, gran amigo suyo. En una de las ocasiones, Pedro y yo, juntos en mi coche, nos echamos por camino distinto del autobús e ¡invadimos Portugal! Nos tiró a ambos un buen rapapolvo que sirvió de chufla sobre mi supuesta pericia de guía.

– Trajo sus hermosos y encastados novillos a varias Ferias del Arroz. En una de ellas, que yo cocinaba en la peña de mi primo “Tambor”, lo invitaron a comer. Vino acompañado de su gente y de Pedro Merenciano. Como le habían ponderado mi “olla de muestemmarrano”, que era mi plato del día, entró al patio donde me debatía con mi guiso y la buena cerveza que me aprovisionaba otro Pedro, “Josefino”. Entró y me dijo cosas muy amables, recordando sus tiempos de infancia y juventud y la buena olla, también con el mismo calificativo, que la mía. Levantó la tapadera de una de ellas y emocionado me dijo que le había recordado el perfume de las de casa y el toque de ingredientes, sobre todo el azafrán de pelo, de las de su madre. Acabada la comida, quiso que me presentara para darme las gracias. Delante de los miembros de la peña e invitados, me dijo que nunca después de las de su madre, había comido otra igual de “Muertemarrano”, haciendo énfasis en la palabrica.

-Te nombro mi cocinero oficial de “olla de muestemarrano”.

            Ahora, al recordar estas palabras, me siento enormemente privilegiado por su amistad y su trato. Y aquí, ante ustedes, prometo solemnemente brindarle la próxima que cocine…

            Recuerdo con Eulalio, gran admirador y amigo, otras anécdotas de los viajes de ida y vuelta. Ambos lo añoramos y ambos guardaremos un emocionado recuerdo de su grandeza y bonhomía.

            ¡Que la tierra te sea leve, Maestro!

            ¡Gloria a los grandes!

Por Marcial García García

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