OPINIÓN: «¿RECONSTRUCCIÓN? (II) …ESTOS POLVOS» POR MARCIAL GARCÍA

Ya. Ya sé que el refrán es al revés. Pero, en esta segunda entrega, y en la anterior, dado lo particularmente epatante de los rumbos, decidí hacerlo así, para no desentonar mucho de la situación. Pero vayamos al asunto sin más dilaciones.

            El tema del que les hablo hoy se corresponde a lo que los enseñantes -siguiendo símil anterior- llamaríamos “desarrollo”. Vamos a intentar disecar el presente imperfecto, desde los días floridos de los ochenta-noventa hasta los quasi aberrantes del tiempo inmediato, precursores de la pandemia taurómaca que, si no fuera por el dolor que ha traído la otra, me atrevería a decir que es peor la taurina que la vírica.

            Dentro de los tacos de almanaque que uno lleva ya en el esportón, esta etapa la he vivido como si hubiese escalado el Turmalet. Mi pasión se vio protegida por mi independencia económica, con lo que me convertí -palabra de don Gustavo- en “una nómina en los ruedos”. Además, tuve la suerte de conocer buenos aficionados y de recibir la confianza de alguna de mis devociones y espejos. He de confesar que en alguna temporada tenía el síndrome del número y, si siguiendo a mis toreros no lo completaba, me iba a cualquier parte que encontrara un cartel atractivo. Tal era mi pasión que hasta llegué, ¡oh, craso error!, a ser unos años abonado a un coso que ya comenzaba a dar signos evidentes de putrefacción. Las boletas -que dirían nuestros hermanos de allende la mar océana- se acumulaban en fajos, casi todas con apuntes al dorso y alguna, muy pocas, con el autógrafo del ídolo perseguido.

            Eran los años de que ir a los toros y “arretratarse” con el pendejo de turno, empezaba a ser pasión popular, abarrotando tendidos, palcos y andanadas, mientras el “espectáculo” seguía adocenándose alarmantemente. Telebasuras -hoy completamente antitaurinas- transmitían bochornosos montajes, mientras desde las “alcachofas” pontificaban disparates y entrevistaban al famosete de turno o a la “jarrón” de moda. Aquello ya pasaba a oler a carroña barata, mientras en el “asunto”, los poderosos ejercían su monopolio, trincaban de la subvención cunera y vetaban a los buenos toreros, para que no descubrieran las vergüenzas a sus protegidos, que bandeaban como vedetes de puticlub caro. (Los nombres, los ponen ustedes)

            Y, dentro de tal albañal, siempre lucía una rara perla, tolerada en algunos escenarios, exigida en otros, que se sentían guardianes del honor taurómaco. Algunos de los de arriba, aún guardaba el estilo de la figura antigua, y lucía, como rara avis, en los cosos de categoría. Por aquellas fechas seguí a unos cuantos coletudos que, de alguna manera, me emocionaban. Distintas concepciones de la tauromaquia, pero tauromaquia. Toreros que daban la cara, con valor por bandera. Formas más o menos toscas, pero toreros con vergüenza de idem, que arrastraban sus partidarios y que mantenían la llama viva en un localismo de competencia y rivalidad, que tanto han gustado a los aficionados del montón.

            Los que tengáis más años sabéis de lo que hablo. Recordaréis carteles que se repetían con insistencia machacona, porque esa rivalidad provinciana les era rentable a los empresarios que empezaban a ser poderosos. No doy nombres, pero ustedes seguro que sabrán ponerlos. Toreros con clase y detalle de dinastías; toreros valientes, toreros temerarios; toreros de temple, toreros de encender tendidos… Pero toreros que daban la cara. Algunos -poned también vosotros los nombres- llegaron a la categoría de mitos, toreros de culto y de debate de círculos entendidos.

            Pero también comienzan a aparecer “figurones” (ver RAE), protegidos por el don de turno, que empiezan a pasarse por el forro las mínimas formas de la liturgia, y que pavoneaban por escenarios de pena, para alimentar la coprofilia galopante que invadía los cotarros tabernarios, que han sustituido a las tertulias de buenos aficionados, que van quedando para círculos mínimos e íntimos. Alardean de sus supuestas hazañas ante reses devaluadas, desmochadas e inválidas. Y los listos de turno, organizadores y papagayos a sueldo, dando como normal lo que era la simple y llana degeneración de una liturgia milenaria.

            Recuerdo -y no doy el nombre- un saltabardizas, aupado a lo alto de un escalafón viciado por el trincante que monopoliza los medios y las opiniones, que tras la correspondiente pitada de Las Ventas, después de una de suss fazañas, dijera sin el menor rubor:

“-Es bueno que a las figuras nos exijan”.

            Y los buenos toreros, que cada vez eran menos”, deambulando por ahí, arrinconados, vetados, menospreciados y silenciados…

            Y uno, que tiene su sentido y su sentimiento, andaba refunfuñado con tanta basura, que era crónica de una muerte anunciada. Ante semejante estado, me hice adicto de Las Ventas, por su seriedad y por su integridad, y, sobre todo, porque entendían como nadie al rubio coletudo que era mi debilidad, al que, igual que ellos, idolatraba.

            Y en estos momentos, cuando se han soltado todos los males antitaurinos de la caja de Pandora; cuando el número de festejos ha caído tanto como la bolsa en el Martes Negro del Crac del 29; cuando se han mancillado la mayor parte de los elementos de esta milenaria liturgia; cuando el asunto se ha quedado en manos de vulgares monopolizadores; y cuando los medios mediatizados dedican sus sahumerios a los mismos intocables de Eliot Ness, de una vulgaridad sebosa, nos encontramos en una realidad que, salvo contadas excepciones, resulta de una desesperante nulidad, que ha retirado a espectadores del cemento, ha anulado la competencia sana de coletudos y empresarios y han llevado al encefalograma plano en que hay muy pocas esperanzas de un futuro de arte, emoción e ilusión. Salvo Francia, claro. Pero la douce France taurinne tiene un criterio muy otro a la hora de administrar este patrimonio inmaterial milenario.

            Nunca hice caso a la perorata de que “el mejor aficionado es el que más toros y toreros le caben en la cabeza”. Abomino de semejante concepto. La percepción del arte y el sentimiento es algo SUBJETIVO, y por ello he sido y soy parcial, tomando parte, devoción y defensa a ultranza de quien me llena el alma con un natural de desgarro, o con un remate de orfebre. Eso no quiere decir que no respete a otros toreros, siempre que ellos se hagan respetar, según mi concepto.

            Y, a pesar de todo esto, aún me quedan esperanzas encarnadas en quien ha meditado sobre lo que supone el viaje a Ítaca… Y siempre la tiene en su pensamiento.

Por Marcial García

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