¡LO QUE ESTÁS VIENDO NO LO VAS A VER EN TU PUTA VIDA!

El padre de Búfalo, el famoso limpiabotas de la serie Juncal, nos habló a todos al oído, cual Pepito Grillo, al ver torear a Morante a “Ligerito” en La Maestranza ayer miércoles en Sevilla: ¡Niño, a ver si te enteras de lo que estás viendo, que lo que estás viendo no lo vas a ver en tu puta vida!

José Antonio fue más allá del triunfo, pasó la línea del torear bien, de bordar el toreo, para directamente acabar con el cuadro, poner la feria a precio de diamante para otros toreros y hacer historia en la plaza de toros de Sevilla. Ya no es el maestro Francisco Ruiz Miguel el último torero en pasear los máximos trofeos de un toro en el rubio albero maestrante, desde ahora, 52 años después, el listón lo marca Morante de la Puebla.

Quizá lo de menos sean los despojos. Lo que queda es la magnitud de lo vívido, de lo presenciado. El arte del torero de la Puebla del Río se pegó a la piel como los rayos del sol, y ese moreno lo lucirán de por vida todos los que tuvieron la suerte de verlo, tanto en directo, como por televisión. Sabemos que no hay nada como las sensaciones de vivir un acontecimiento de este calado in situ, pero ayer, como ha sucedido con otras obras taurómacas, el ángel también se transmitió por las cámaras que maneja el gran Víctor Santamaría, dimensionando aún más lo realizado por el torero sevillano. La obra de Morante, del día que iba vestido con un terno azul celeste e hilo negro, idéntico al que utilizase José Gómez Ortega “Gallito” en su día, se divulga ya como la palabra de Dios.

Su salida por la Puerta del Príncipe, en honor de multitudes, bajo el clamor y la ilusión de sus más fervientes y pacientes partidarios, fue como ver a la Virgen del Rocío paseando por Almonte en Pentecostés, o a la Macarena rebosante de alegría al son de un pasodoble la mañana de Viernes Santo de camino a su templo. A Morante se lo llevaron hasta el hotel Colón, parando el tráfico, y llenando a Sevilla, no de olor a azahar, sino de aroma a tremenda torería.

Fue especialmente bonito ver como José Antonio le entregaba al gran maestro Rafael de Paula, situado en el burladero de la empresa Pagés, el rabo conseguido al finalizar la vuelta al ruedo, e intuir la sonrisa de satisfacción de Curro Romero, presente en una grada. Y es que como diría el primero de ellos, fue una tarde donde “La cosa de las cosas” salió del tarro de las esencias para hacerse eterna.

¿Pero realmente que es lo que pasó? Pues que Morante declaró su amor por Sevilla y esta le correspondió. La primera piedra para que se construyera este evangelio para la tauromaquia ocurrió en el tercer toro. Le dio a Juan Ortega por torear pausadamente y de manera bellísima con el capote y Morante, que a eso no hay quien le gane, se picó. Y de ahí surgió una brillantísima batalla en quites, donde Morante, se sacó de la montera un ramillete de chicuelinas en donde en cada lance se asomaban por la Maestranza Manuel Jiménez y Manzanares padre. La medía con las que las abrochó fue gigantesca, de esas que son enteras. La mecha ya estaba prendida.

Luego, recibió al segundo de su lote con dos faroles, resucitándolos, pues ese pasaje capotero estaba en desuso, para después dejar unas verónicas de mano baja, embebiendo la embestida del animal, conjugándose con él y haciendo sonar la música. La sinfonía capotera retumbaba en el corazón de todos los aficionados. Morante llevaba la batuta, pero aún no era tiempo para que sonara la Marcha Radetzky. Dejó el de la Puebla otra composición por tafalleras sublime, (pobre del que se le ocurra hacerlas ahora), llevó al toro al caballo con una larga lagartijera de cartel y remató los quites, en competencia con Urdiales, por gaoneras añejas salidas del Cossío. Por aquel entonces la entrada ya estaba rentabilizada, la cuota de Mundotoro Tv también, y el pirata ardía en Facebook.

Pero con la muleta, con la muleta fue otro espectáculo. Con una colocación fenomenal, tirando del buen animal con la mano izquierda, dejando naturales magníficos. Ligando, toreando de manera ajustada. Hubo un cambio de mano que no lo podrán pintar nunca, porque eso no se volverá a reproducir. Y con la derecha el toro respondió, fue a más, y la serie salió profundísima. Las camisas estaban partidas, Camarón cantaba en el cielo la “Leyenda del tiempo” y todos nos sentimos flotar como en un velero.

Y mató arriba con decisión, y el toro cayó y el éxtasis se desencadenó. Tuvo arte hasta el presidente concediendo el rabo de una manera solemne.

¿Y después? Este torero no tiene techo y puede formarla por donde vaya. Sevilla le espera el sábado y en Madrid, como le de por estar la mitad de como estuvo ayer, lo van a sacar por la Puerta Grande. En esta época donde tanto se echa de menos las cosas de antes, podemos decir que somos unos afortunados de poder ver a este torero en plenitud.

Por Fran Pérez @frantrapiotoros

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