Y PARA REYES: «TOREAR»

Es la llamada de la sangre, no azul, pero brava y encastada, valiente y entregada, apasionada por un espectáculo único, por una cultura inigualable y por una admiración brutal hacia su progenitor. Y es que, como dice el refrán, “De casta le viene al galgo”.

En la cabeza y en el corazón del pequeño Alberto solo hay toros bravos. Bureles que embisten con ilusión e inocencia en la muleta de un torero y que se arrancan de largo y se vienen arriba en banderillas. Cuando uno siente el picotazo del mosquito de la tauromaquia los primeros efectos son los más placenteros, los más reconfortantes, los que te dan alas para creer en algo que no todo el mundo es capaz de comprender. A sus solo siete años, Albertico, ya es más rico culturalmente hablando que sus compañeros de clase y habla de toros como si fuera ya un adulto.

Encima de todo eso y de tener unos valores extraordinarios, lleva unas notas de 10. Cuando su padre le preguntó que qué es lo que quería como recompensa por ser tan buen estudiante no se lo pensó dos veces: «Torear».

En la carta a los Reyes Magos insistió en el asunto. Además de pedirle a Melchor, Gaspar y Baltasar, una muleta, un capote y ser amigo de Roca Rey, Alberto pidió un tentadero, además de festejos en plazas de primera para su padre.

El pequeño es hijo de Alberto López, banderillero y anterior novillero de Murcia, por eso por sus venas corre el entusiasmo por esta fiesta.

Como fue bueno durante 2022, y lo mejor, promete seguir siéndolo en años venideros, los Reyes Magos no pusieron impedimento alguno para cumplir su deseo. Y ahí estaba Alberto, vestido de corto, una mañana de enero, con la ilusión y los nervios por las nubes, esperando a torear un pequeño becerrito, bajo la atenta mirada de otro de sus ídolos: Rafael Rubio “Rafaelillo”. «Maestro, hasta que usted no llegue no empiezo», le espetó con el respeto que hoy en día escasea.

Alberto cumplió su sueño y se puso delante por primera vez, con su inexperiencia por bandera, con sus ganas a rebosar y con sus oídos bien afinados escuchando las indicaciones de sus dos ídolos, su padre y “Rafaelillo”. Como es natural, en todo aquel que empieza, besó el ruedo de la plaza de tientas, el becerro se lo echó a los lomos, pero también impregnó el momento de la maravillosa magia de ver beber agua a las raíces del toreo, cuando dejó un monumental natural que ilustra esta maravillosa historia o cuando sin miedo se fue a por un par de banderillas, clavando con la misma pasión que su señor padre. Mientras, los chorros de emoción salían de los ojos de los presentes y “Rafaelillo” lo paseaba a hombros.

Alberto López, padre, tiene un problema, y, además, como dice Julio Iglesias, “Lo sabe”. Y es que Alberto López, hijo, tiene el veneno de la tauromaquia dentro. Si todo se cuadra, si todo va por el camino marcado, la Murcia Taurina está de enhorabuena al ver el nacimiento de un nuevo “Niño del Barrio”

Por Fran Pérez @frantrapiotoros

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