LA PLAZA DE TOROS DE LORCA CUMPLE 130 AÑOS – #SutullenaYa: Porque Lorca lo merece. Nihil obstat

Un 18 de enero de hace 130 años, la Sociedad Constructora y Propietaria de la  Plaza de Toros, representada por José Abela y de la que formaban parte, entre otros,  algunas personalidades de la sociedad local como Ramón Campos y a la que se uniría el afamado banquero Raimundo Ruano, quien venía persiguiendo el proyecto desde 1882,  solicitaba a la corporación municipal, presidida por aquel entonces por D. Francisco de  Paula Pelegrín Rodríguez, licencia para construir la citada plaza en “un trozo de tierra  de su propiedad situado en la Diputación de Sutullena” con arreglo a los planos  presentados de una obra que se ponía bajo la dirección del arquitecto provincial, el  hellinero Justo Millán Espinosa, quien a la sazón había dirigido las obras de La  Condomina, inaugurada cinco años antes. A tenor de las noticias de la prensa, la ilusión  en la ciudad era desbordante por un proyecto que se antojaba muy beneficioso para su tejido económico y social, y ya el acto de colocación de la primera piedra e inicio de las  obras, previsto para el día 20, fue un día de regocijo y satisfacción, al ver iniciarse “la  obra desde hace tantos años ansiada con ansias vehementísimas, la obra por la que  suspiraban los hijos de este pueblo”. Se consideraba entonces una “obra utilísima y  conveniente en alto grado […], no solo […] para los intereses materiales de este  vecindario, sino también para los intereses artísticos, pues con ella será mayor el  número de forasteros que acudan a presenciar nuestras, no tan famosas como  magníficas procesiones de Semana Santa”. Siempre la Semana Santa, centro neurálgico  de la fiesta en la Ciudad del Sol, estimándose como imprescindibles las relaciones entre  los empresarios de la plaza y los presidentes de los pasos Azul y Blanco. No en vano,  las dos bandas de dichas cofradías animaban el cotarro por las calles desde primera hora  de la mañana, así como en el espacio elegido para levantar el coliseo, que se había  venido llenando de carruajes, donde se escuchaban pasodobles, y los populares himnos  blanco (el tres) y azul (las caretas). A las tres en punto de la tarde llegó el pleno  municipal presidido por el alcalde don Francisco de Paula Pelegrín, y José Abela le  ofreció, tras unas palabras contestadas con majeza por el primer edil, una piqueta de  plata para señalar simbólicamente el centro del redondel, como acto del inicio oficial de  las obras, que habían comenzado desde principios de año con el aplanamiento de los  terrenos. Tras ello, la banda del Paso Blanco interpretó los acordes de la Marcha Real,  cuyos arreglos musicales serían realizados en 1908 por el lorquino Bartolomé Pérez  Casas. La empresa ofreció a continuación a munícipes y prensa lo que se calificó como  un lunch en la casa contigua de D. Antonio Millana. 

Tanto era el interés en la ciudad por el avance de las obras que, pese a que llegó  a haber una huelga con manifestaciones incluidas de los trabajadores en febrero por  intentar la empresa rebajarles los honorarios, se proporcionó todo lo necesario para que  las obras estuviesen finalizadas en el sorprendente plazo de seis meses. El gran  arquitecto hellinero, Justo Millán, autor también de otras plazas de toros en Murcia  (1887), Cieza (1889), Abarán (1891), París (1889) y Argel (1889), además de  atribuírsele en la ciudad la cúpula del crucero de la iglesia de San Mateo, había recibido  ya en 1882 el encargo de Raimundo Ruano para levantar el coliseo lorquino y todo  parece indicar que al no prosperar el plan previsto para Lorca el proyecto fue trasladado  a Murcia. El resultado final fue el de un recinto concebido en un estilo que se alejaba  del casticismo, del neoclasicismo o del neomudéjar para apostar por el pragmatismo  propio del eclecticismo. El propio Millán daba cuenta en la memoria de la construcción  de algunas características del nuevo edificio: “La fachada exterior del edificio se halla  sin decorar, pero por los resaltos, pilastras y demás disposición de la obra demuestra gran movimiento en la misma, y en su día se apreciará la variedad que existe entre este  edificio y los demás de su género construidos hasta hoy”. Y añadía: “El perímetro de la  plaza está formado por un polígono de ochenta lados […]. El edificio acusa cuatro  pisos”, correspondientes a tendido, tendido alto, grada cubierta y palcos. Muy  importante fue la combinación de materiales tradicionales, como la piedra y la madera,  con otros novedosos como el hierro o el cinc: “La cubierta es de zinc con armadura de  hierro y vertiendo las aguas al exterior. La altura total del edificio por el interior es de  18,50 m. El diámetro del redondel es de 53 m. y el total de 101 m. […]. Los asientos de  barreras son sillones de hierro. Las gradas del tendido son de sillería blanca de Lorca.  El palco de la presidencia está frente a las puertas del toril […]. La total capacidad es  de 17500 localidades.” Dicha capacidad, claramente excesiva, se vería reducida  durante la Guerra Civil a la actual de cerca de 10000 espectadores. 

Los fastos de la inauguración, previstos en un principio para Pascua de  Resurrección para hacer coincidir el evento con Semana Santa con el fin de atraer  público, pretendiéndose celebrar también una feria agraria, aprovechando también la  apertura de la línea férrea, y coincidiendo a su vez con la reinauguración del Teatro  Guerra tras su reforma, tuvieron que esperar hasta el verano, concretamente para el 29  de junio, día de San Pedro. La ciudad se volcó con el acontecimiento y la jornada estuvo  llena de celebraciones, acudiendo gente de todas partes gracias a la reciente  inauguración el mismo año de la conexión por ferrocarril de los ramales de Alcantarilla Lorca y de Lorca-Baza-Granada a través de un puente de hierro sobre el río Guadalentín  y de la cercanía de la Estación de Sutullena, inaugurada tres años antes. Para la  efeméride se eligieron seis nobles toros del duque de Veragua, ganadería de primera  línea en la época, en un cartel compuesto por Rafael Molina “Lagartijo” y el sevillano pero de ascendencia lorquina Antonio Reverte, condición por la que el califa cordobés  le cedió la lidia del primer toro de la nueva plaza, llena para la ocasión en una tarde de  sofocante calor sólo mitigada por la arboleda de las cercanas alamedas. El despeje de  plaza lo realizó don Andrés Carvajal, que se desplazó desde Mazarrón con su yegua  Sultana, muy admirada, y los toreros, sobre todo Reverte, fueron agasajados con regalos  diversos por los prohombres y las mujeres bien situadas de la sociedad local,  destacándose los regalos del banquero don Raimundo Ruano, que llegaría a participar  en la propiedad y gestión de la plaza. Al día siguiente, con el cartel de casi completo, el  propio Lagartijo y Rafael Guerra “Guerrita” lidiarían toros de Miura, cuatro nobles y  dos “de mala sangre, de los miuras traidores, según los cronistas. Las dos corridas  inaugurales, para las que se había arrendado el coso al Ayuntamiento a través de Eulogio Periago, fueron presididas por el alcalde Pelegrín, con gran éxito de público y  gran beneficio para la ciudad: “En otro lugar publicaremos el resultado de los toros,  porque el de los empresarios podemos adelantar que ha sido bueno por el siguiente  telegrama que recibimos de nuestro director, Sr. Martínez Tornel, al escribir esta  sección: “Las corridas de toros han traído un número inmenso de forasteros. Reina  extraordinaria animación y Lorca presenta un aspecto alegre y brillante” (Diario de  Murcia, 01-07-1892) y tres meses después, el 21 de septiembre, se inauguraba en la  calle Corredera la sede de lo que se puede considerar el antecedente del Club Taurino de  la ciudad: el llamado Círculo Taurino. 

A lo largo de su historia, íntimamente ligada a la de la ciudad que la vio nacer, el  llamado coso de Sutullena ha sido testigo de grandes acontecimientos, tanto taurinos  como de índole cultural en general.  

Así, la plaza presenció al año siguiente de su inauguración, a comienzos de abril  de 1893, la fatal cogida bajo las astas de un toro de López Plata del célebre subalterno  Antonio García “Morenito”, de la cuadrilla del también malogrado Manuel García “El Espartero”, cogido también aquella tarde junto con el otro integrante del cartel, Enrique  Vargas “Minuto”, en un festejo que estuvo a punto de suspenderse de no ser por la  intervención del alcalde D. Eulogio Periago para que se pagara a los toreros. Sería la  única cogida con fatales consecuencias en el histórico coso hasta la sufrida por el  también banderillero almeriense Antonio Hernández Escudero, turronero de profesión,  el 17 de marzo de 1935, quien actuaba esa tarde a las órdenes del novillero José Canet  con novillos paradójicamente de la misma ganadería de la tarde de 1893. 

Ha visto la plaza también a varios hijos suyos toreros, además del señalado  Reverte, como los novilleros de principios del siglo XX Pablo Campoy, Antonio  Llamas o José Hernández “Viseras”, a la sazón nacido en la vecina Huércal-Overa pero  considerado lorquino. Algunos de ellos infortunados por fallecer debido a cogidas,  como el llamado José Izquierdo “Lagartija”, los hermanos Mula –Oliverito y Oliverito  Chico–, o el conocido como José Gázquez “Cara Ancha” a imitación del famoso  diestro. No obstante, dan lustre a la ciudad especialmente los nombres de Pepín  Jiménez, personalísimo torero homenajeado con una escultura a las puertas del coso en  1999 y Paco Ureña, alternativado en dicha plaza en 2006, y que está alcanzando altas  cotas en la historia del toreo. No debemos olvidar a otros diestros como Domingo  García “Dominguín”, convertido a posteriori en un gran subalterno y valiente  rehiletero; Ramón Mateo “Morita”, que recibiera la alternativa en 1999 en el mismo  ruedo; Ángel González “El Quillas”, quien hizo lo propio en 2003; o Miguel Ángel  Moreno, que la recibió ya en una portátil en 2015. Dos alternativas ha visto la plaza de  Sutullena además de las mencionadas, y son las del cordobés Cándido Fernández  “Moni” (1908) y la de “José Zúñiga “Joselito de Colombia” (1953). 

A lo largo de la historia taurina del coso destaca la participación de diestros  como las figuras que tomaron parte en las corridas inaugurales, el mencionado  Espartero, don Luis Mazzantini, “El Chico de la Blusa” (apelativo de Vicente Pastor),  los célebres Algabeño y Gallito, “Cara Ancha”, los murcianos Lagartija o Gavira, el  gran califa cordobés Rafael González “Machaquito”, con actuaciones muy frecuentes al  pretender y acabar por casarse en Cartagena con una bella señorita de estirpe anglo andaluza emparentada con lorquinos, Ángeles Clementson, testigo de cuya boda fue,  entre otros, don Benito Pérez Galdós, llegando a existir en la ciudad un círculo cultural  en su honor; el polifacético Ignacio Sánchez Mejías, miembro como es sabido de la  generación del 27, quien se anunció al menos en dos ocasiones, y que se fue de la ciudad con una multa de 500 pesetas; los distintos miembros de la dinastía Bienvenida  desde sus comienzos; Juan Belmonte, paradójicamente con el sobrenombre de  “Pichoco” al venir por la vía de la sustitución y en sus horas más bajas de novillero; el  mexicano Rodolfo Gaona, Manuel García “Maera”, Marcial Lalanda, y en general las  grandes figuras del toreo del siglo XX, tanto en la década de los cuarenta y cincuenta  (Domingo Ortega, los Dominguines, quienes ejercieron el mecenazgo de la plaza durante años, Pepín Martín Vázquez, Gregorio Sánchez –especialmente unido a la  ciudad–, Antonio Ordóñez, Pedrés o los hermanos Girón, etc.), como en los sesenta y  setenta (Diego Puerta, Jaime Ostos, Paco Camino, El Viti, El Cordobés, Paquirri,  Palomo Linares, Manzanares o Niño de la Capea…) o en las últimas décadas (Juan  Posada, Ruiz Miguel, Antoñete, Curro Romero, Dámaso González, Roberto  Domínguez, El Soro, Ortega Cano, Espartaco, César Rincón, Paco Ojeda, Joselito,  Enrique Ponce, Jesulín de Ubrique, Manuel Díaz “El Cordobés”, Morante de la Puebla,  Rivera Ordóñez, “El Juli” o José Tomás, entre otros). De entre las ausencias, dos son  destacadas. Por un lado, la de José Gómez Ortega “Joselito”, que llegó a estar  anunciado para la Pascua de Resurrección de 1918 en Murcia y Lorca pero el festejo  acabó suspendiéndose y el diestro toreó en Sevilla con un capote bordado en sedas y oro en Lorca que aún se conserva. Y por otro, la de Manuel Rodríguez “Manolete”,  anunciado para septiembre del año en que Islero se cruzó en su camino, y curiosamente  sustituido por otro torero homónimo, Manuel Rodríguez, que acabó estableciendo  relaciones en la ciudad de Lorca. 

La plaza, desde sus primeros propietarios y promotores (José Abela Bravo,  Ramón Campos Rodríguez, Cristóbal Navarrete Romero, Raimundo Ruano Rodríguez y  José Miralles Silvestre entre 1892 y 1904) ha pasado por varias manos (Francisco  Ruano Mazzuchelli, Marcelino Caro Fernández, Ángel Mérida Ruiz, Andrés García de  Alarcón, José María Pastor y Manuel Fernández-Delgado Martínez entre 1904 y 1914;  D. Pedro Alcántara Sánchez López de Ayora entre 1904 y la contienda civil) hasta  llegar a sus actuales propietarios, artífices de su restauración y reinauguración en 1945  (familias Montoya y Miñarro), siendo conserjes encargados del cuidado de la misma  desde prácticamente el primer momento la familia de José López y sus descendientes. 

A lo largo de su historia ha tenido varios momentos tristes y complicados, aparte  de las cogidas mortales mencionadas. Hablamos del derribo de sus tapias por un  conflicto con el espacio público (1893), la tentativa de derribo total que no llegó a  consumarse por la presión popular (1911), su uso constatado como prisión durante  algunos años de la Guerra Civil y posguerra y su cierre tras los terremotos de 2011,  momento en el que permanece adormecida, pero viva. Pero también ha sido testigo de  acontecimientos estelares, como la citada presencia de importantes figuras de la  tauromaquia y ganaderías de prestigio en su inauguración (1892, con Lagartijo, Reverte  y Guerrita y toros de Veragua y Miura), reinauguración (1945, con Domingo Ortega,  Luis Miguel Dominguín y Pepín Martín Vázquez y toros del conde de la Corte) y  centenario (1992, con Ortega Cano, Pepín Jiménez y Litri y toros de Diego Puerta,  Dámaso González, Roberto Domínguez y El Soro y toros de Miura), además de en  corridas de importancia. Destacan en este sentido recientemente festejos como la gran  faena de Curro Romero (1988), la encerrona de Pepín Jiménez con siete toros a los que  cortó siete orejas y rabo (1999) o el indulto de Disoluto, de Salvador Domecq, por el  mismo diestro, la tarde en la que toreó también José Tomás (1999), así como la histórica  presencia de los toros de Victorino Martín en la última corrida de toros celebrada en su  redondel (2010). 

Además de los usos específicamente taurinos, la plaza ha sido escenario de  multitud de eventos de todo tipo, por lo que ha conseguido ganarse un espacio propio en  el corazón de los lorquinos (charlots, cine de verano, circo, conciertos, ópera, free-style,  pista de tenis y otros espectáculos deportivos, merendero veraniego, sede de la subasta  del agua de riego, sede del encuentro de cuadrillas de Navidad, espectáculos de payasos,  espectáculos de enganches y un largo etcétera). No en vano, se recuerda con añoranza el  paso por el coliseo, con una acústica al modo de los grandes espacios clásicos, de  artistas de la talla de Lola Flores y Manolo Caracol, Antonio Molina, Juanito  Valderrama y Dolores Abril, Manolo Escobar, El Fari, Rocío Jurado, Mecano, Manolo  García, Ana Belén y Víctor Manuel, Mónica Naranjo, Bob Dylan, Ennio Morricone,  Joan Manuel Serrat, El Último de la Fila, Extremoduro, etc.). 

El año en que se cumplen 130 años desde su inauguración este espacio de  memoria imborrable para todos los lorquinos sigue cerrado a cal y canto esperando su  rehabilitación integral para usos múltiples. Su inauguración, como puede intuirse de los  párrafos iniciales, se enmarcó en el contexto de un florecimiento socioeconómico y  cultural de la ciudad y de su embellecimiento como consecuencia de la estabilidad  política del sistema de la Restauración. Todo ello se materializó en avances  considerables, como la instalación del alumbrado público, inaugurado el mismo año de  1892, la apertura de plazas y espacios públicos, como las de San Vicente, Colón o Calderón, y en la erección de grandes edificios e infraestructuras, como el propio Teatro  Guerra (1861) y su reforma (1892), el Puente Viejo sobre el Guadalentín (1875), el  Casino Artístico-Literario (1886), la Estación de Lorca-Sutullena (1889), el Puente de  Hierro sobre el río Guadalentín (1891-92), la reforma del palacio de los Condes de San  Julián (1880), el palacete del Huerto Ruano (1890) y otras casonas de la ciudad, etc.  Una auténtica transformación en toda regla de la Lorca del momento por la que los  mandatos del alcalde Pelegrín pasarían con buen recuerdo a la memoria colectiva. Una  “nueva Lorca”, surgida cual Ave Fénix de las cenizas de una crisis socioeconómica y  política que alcanzó a más de la mitad de la centuria. 

130 años después de aquellos acontecimientos y cuando han pasado once de los  terremotos del 11 de mayo de 2011 y casi diez de la riada de San Wenceslao del  siguiente año, una “nueva Lorca” vuelve a erigirse sobre las cenizas de la anterior,  altiva, aguerrida, luchadora y galante, como el carácter de sus gentes. Toda vez que las  prioridades tras las catástrofes se han solucionado o se hallan en vías de solución y  asistimos a la recuperación de parte del patrimonio y a la renovación de las  infraestructuras dañadas, ha llegado la hora para que Sutullena vuelva a ver la luz. El  Club Taurino de Lorca y la Plataforma #SutullenaYa en él integrada, vienen  reivindicando desde hace años que la plaza, una vez convertida en pública, sea sometida  a una concienzuda rehabilitación respetuosa con su carácter patrimonial y adaptada a las  exigencias del nuevo siglo, para que pueda acoger tanto espectáculos taurinos como otro  tipo de eventos, tal y como ha venido acogiendo desde sus inicios. Ese sueño cada vez  está más cerca y ahora se inicia el Año Sutullena: desde junio de 2022 hasta junio de  2023 será el año de la Nueva Sutullena, de la recuperación del templo del toreo y de la  afición, un revulsivo para Lorca y su comarca y también para la Región de Murcia.  Lorca y los lorquinos lo merecen. Y además, nada se opone. Nihil obstat.

Por Diego Antonio Reinaldos Miñarro, Licenciado y Doctor en Historia, vicesecretario del Club Taurino de Lorca

Los comentarios están cerrados.

Crea un sitio web o blog en WordPress.com

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: