En 1973, el genial torero Antonio Mejías Jiménez, más conocido como Antonio Bienvenida, se sometía a las preguntas de veinte ciudadanos elegidos al azar en el programa “La gente quiere saber” de TVE, presentado por José María Íñigo, bajo la dirección de Tico Medina. Sin perder la sonrisa que iluminaba su cara, Antonio, torero fuera y dentro de los ruedos, fue contestando con la misma verdad que caracterizaba a su toreo y bajo la bruma de los pitillos a las cuestiones, algunas de ellas muy comprometidas sobre su carrera y el estado del mundo del toro, que le lanzaban las atrevidas personas seleccionadas.
Uno de los momentos del espacio fue cuando le preguntaron por su mejor faena. Todo el mundo esperaba que uno de los hijos del Papa Negro se inclinará por el trasteo de los “tres pases cambiados” que realizó de novillero en la plaza de toros de Las Ventas al animal de nombre “Naranjito”, labor que lo encumbró a la cúspide taurina, pero, sin embargo, Antonio se acordó de Murcia, de la plaza de La Condomina, y de la gran faena que le realizó tan solo dos años antes de la entrevista, en 1971, año de su reaparición en los ruedos, al toro “Barquillero” de la ganadería madrileña de María Teresa Oliveira del Campillo.

En este 2022, año en el que se conmemora el centenario de su nacimiento, vamos a recordar esa tarde de gloria, o esa faena que se llevó al cielo prematuramente como una de las joyas de su carrera. Obra que el próximo 7 de septiembre cumplirá 51 años.
Ese año 1971, Bienvenida volvía a los ruedos después de un periodo de 4 años apartado de las grandes citas taurinas. Para aliviar el gusanillo, Antonio toreaba festivales benéficos con acierto y triunfo. Se vio fuerte y pensó que todavía podría decir cosas en la profesión, compitiendo con los toreros a los que había pasado el testigo años antes. Por eso anunció su vuelta, algo que supuso toda una revolución empresarial, excepto en Murcia, donde el empresario de La Condomina lo dejó fuera de la Feria de Septiembre por no llevar a un acuerdo económico.
Pero el toro “Barquillero” y Antonio Bienvenida estaban condenados a encontrarse. Unos días antes, “Paquirri” se lesionó en Francia y dejó un puesto libre en el festejo del 7 de septiembre en el que también estaban anunciados Curro Rivera y José Luis Galloso.
Bienvenida VII no se lo pensó y cubrió la baja del torero de Zahara de los Atunes esperando en poder enardecer al siempre agradecido público murciano. Lógicamente, el torero de Madrid (aunque nacido en Caracas) con más partidarios de la historia puso la plaza de bote en bote.
En primer lugar, le correspondió un toro muy débil de manos con el que tan solo pudo estar pinturero. Pese a ello dejó detalles de calidad, de esos que saben apreciar los buenos aficionados. Fue tanto el sabor y el aura de torería que plasmó en la plaza, que tras dos pinchazos y una estocada se le premió con una oreja.
Pero para el goce general, y para el suyo propio, vio como en cuarto lugar salía “Barquillero”, negro bragado y coletero, marcado con el número 76. Un gran toro que enseñó sus virtudes de salida y que pronto las aprovechó Bienvenida para plasmar un ramillete de verónicas de infarto. Luego, el gran torero quitó por chicuelinas, a las que le dio tanta gracia, tanta torería que solo con eso ya tenía las orejas cortadas. Con la muleta, Bienvenida mezcló su sonrisa cegadora con un juego magnifico de muñecas. Hubo tandas de derechazos y naturales que fueron un canto al toreo clásico. La elegancia se derramaba por el ruedo mientras los tendidos votaban de éxtasis. Con un clamor ensordecedor, que marcaba que lo vivido se encuadraba en una de las mejores cosas sucedidas en La Condomina, Antonio se tiró a matar, pinchando en dos ocasiones antes de dejar una estocada que le ponía fin al gran momento.

Murcia le pidió las dos orejas, pero el presidente del festejo, a tenor del falló con la tizona, solo le concedió un trofeo.
Bienvenida paseó el despojo con una parsimonia infinita, recogiendo el cariño que había cosechado su entrega y en la plaza. Le obligaron a dar dos vueltas al ruedo. En Murcia solo se hablaba de él.
Ya por la noche, a la luz de las velas, en la habitación 203 del hotel 7 coronas, y enfundado en una bata de seda, declaró al periodista Ramón Ferrando: «He gozado mucho. Estoy muy contento. Acabar la corrida constituye una gran meditación. Sientes pena porque no puedes retener lo que has hecho. Se te va de las manos y te encuentras vacío. Quizás, por eso me gusta torear despacio, para vivir lo que hago».
En octubre de 1975, ya retirado de los ruedos de nuevo, una vaca de la ganadería de Amelia Pérez Tabernero le volteó de mala manera en el transcurso de un tentadero. Pocos días después, el diestro fallecía en la residencia sanitaria La Paz, como consecuencia de la gravísima lesión cervical que le ocasionó la cogida.
La fiesta de los toros perdía así a uno de sus grandes eslabones.

Por Fran Pérez @frantrapiotoros