Para que hayamos podido heredar el rito ancestral de la tauromaquia, muchos toreros a lo largo de la Historia tuvieron que pagar con el tributo de su sangre. Por eso hay que recordar que cuando un hombre, o mujer, se pone delante de un toro se está jugando la vida, sea con una muleta, con unas banderillas o montado sobre un caballo. Y eso se merece un respeto. Siempre. Aunque esto es una obviedad, desgraciadamente no está de más recordarlo porque a veces se olvida.
Sin ir más lejos, el pasado Día de la Virgen un espectador vecino –me resisto a llamarlo aficionado- se pasó la lidia de dos toros contándole a su acompañante los pormenores del apasionante cultivo de la pitaya, una fruta muy apreciada en el sureste asiático que se está introduciendo ahora en España, según pudimos enterarnos todos a su alrededor. Mientras Talavante y Ureña estaban toreando, nos importunaba con las necesidades de riego de la planta, su tipo de polinización, los avatares de su comercialización… Bueno, era sin duda un pobre ignorante de la liturgia taurina. Después hizo amago de explicarnos la pesca del calamar, pero sensatamente desistió a tiempo.
Sin embargo, no era precisamente un ignorante el señor trajeado que en la novillada de hoy se ha paseado a sus anchas por el callejón durante la lidia de algunos novillos. Iba recorriendo la sombra de un extremo a otro, deteniéndose a saludar casi en cada burladero y dando la espalda al torero, indiferente a lo que estuviera sucediendo en el ruedo y olvidando que el protagonismo es para los toreros. Quizás para el futuro habría que plantearse hacerle a su ego un hueco preferente en el paseíllo.
Respeto sí es el que mostró el prometedor novillero Marco Pérez al sacar a un veterano matador al tercio para brindarle su primer toro como reconocimiento a su meritoria carrera, un gesto aplaudido por toda la plaza.
Superlativo respeto también es el que le ha profesado desde las tablas uno de sus mentores a José María Trigueros, santiguándose frenéticamente cinco o seis veces seguidas antes de que saliera cada uno de sus toros, algo que repetía cuando su torero cambiaba capote por muleta y nuevamente cuando este se cuadraba para entrar a matar.
Y un gran respeto, enorme y colectivo, es el que ha merecido después José Orenes, “Maera”, el banderillero de la cuadrilla de Trigueros que hoy se ha retirado tras concluir la lidia del cuarto novillo. Hijo y hermano de toreros, inició su andadura como banderillero en 1996 y ha toreado desde entonces a las órdenes de varios diestros murcianos como Antonio Mondéjar, Alfonso Romero o Antonio Puerta, por ejemplo, cumpliendo siempre con eficacia y dignidad.
En el tendido su mujer se mostraba incrédula en el descanso del festejo.
-Me lo ha prometido; espero que no cambie de opinión –repetía nerviosa-. Que me lo ha prometido…
Las familias de los banderilleros también saben bien de la dureza de esta profesión. Como tantos humildes hombres de plata o picadores, él también ha contribuido a engrandecer esta Fiesta derramando su sangre, tan valiosa y respetable al menos como la del primero del escalafón de matadores. Lo puede corroborar el albero de la vecina Blanca, testigo de su cogida quizás más grave.
Mientras su hermano Juan le cortaba la coleta, toda la plaza en pie ha arrancado al unísono con una sentida ovación. No en vano estábamos asistiendo a la despedida de un torero, murciano por más señas, uno de los nuestros, y eso se merece un gran respeto. Pero no, si he dicho “toda” la plaza he dicho mal, porque en verdad aplaudimos toda la plaza menos uno. Encima se trataba de un profesional y el feo gesto lo hizo desde el callejón, a la vista de todos, sin disimulo alguno. Su nueva falta de respeto, otra más, es mucho peor que la del experto pitayero, y fue tan evidente e intencionadamente notoria y sostenida que avergüenza a esta sagrada profesión, aunque desgraciadamente no creo que ya a estas alturas haya muchos que se sorprendan.
¿Su nombre? Me niego a pronunciarlo. Algunos aún le ríen las gracias y le llaman maestro, pero él ya hace tiempo que cerró su escuela.
Por José Luis Valdés
