«EL DÍA DE LA VIRGEN» por José Luis Valdés

Este día de la romería en Murcia me ha pillado de rodríguez, con la familia apurando el final del verano en la playa, porque aquí el tiempo de playa acaba oficialmente cuando la Virgen regresa a su santuario.

 Desayuno en el Fénix: café y prensa disfrutando del inigualable ambiente de la plaza de las Flores. En alegre conversación se sientan cerca de mí varios romeros –sus pintas inconfundibles así los delatan-, quizás rezagados o quizás sea que han recortado el trayecto.

 -¿Vais esta tarde a los toros? –pregunta uno.

 -¡Pos claro! No sabemos quién torea pero nos da igual…

 A media mañana me acerco al aperitivo del Club Taurino. De camino por Santa Isabel me cruzo con algunos transeúntes y su conversación me llega inevitablemente.

 -¿A qué hora te recojo? Ya sabes que los toros empiezan a las seis y media, y no me gusta llegar tarde.

 -Recógeme a las cinco y así nos da tiempo a tomarnos antes una palomica.

 Aunque llego al club con bastante antelación, el salón ya está a rebosar y me toca acomodarme en el gallinero. Allí nos encontramos varios amigos.

 -¿Qué tal la tarde de ayer?

 -No sé, solo me interesaba comprar entrada para tres toros, pero en la taquilla me dijeron  “Los seis o nada”. Y elegí irme a nadar.

 -¡Menudo aficionado! Pues salió tal y como estaba previsto –aclara uno que sí fue-. Bueno, solo faltó un indulto, aunque se pidió como es costumbre. Pero la gente se lo pasó bien.

 Interesantísimo coloquio en el Club Taurino, con Talavante, Ortega Cano, Roberto Domínguez, los hijos del ganadero Victoriano del Río… Un cartel de lujo y un consejo/ruego por parte del sobresaliente –valga esta redundancia-, el bueno de Paco Ojados: “No dejen de acudir a la novillada el viernes día 20”. Y como me parece muy acertado, desde aquí me uno a su petición.

 Después, como rodríguez que era, he tenido que buscarme un sitio para comer. Lo más inmediato, el restaurante del Club Taurino; pero estaba lleno a reventar, dentro y fuera, en sus jardines, arriba y abajo.

 “No hay problema -me digo-; una de las cosas por la que Murcia puede presumir con orgullo es de sus numerosos y buenos restaurantes y, como voy solo, no me debe de ser difícil encontrar un hueco”.

 Tengo un antojo y sigo la ruta de los diversos templos gastronómicos murcianos de la paletilla de cabrito. Ya traté de reservar mesa en el Morales, pero hace días que todas están comprometidas. Lo intento de nuevo, por si acaso ha habido una baja en el último momento, pero resulta una quimera.

 -El día de la romería hay que reservar con mucha antelación –me advierten como disculpándose.

 Mientras tanto, entran varios grupos de afortunados comensales hablando de toros. Sigo mi periplo por otros restaurantes con idéntica frustración como resultado.

 -¡Cómo se te ocurre comprar entradas para sol con la  que está cayendo! – escucho a otro grupo que me cruzo por la acera.

 -¡Porque no quedaba nada de sombra, joder! ¡Y da gracias a que he pillado estas!

 Harto de no encontrar sitio para comer decido finalmente probar en El Churra. La cosa pinta mal porque hay bastantes personas en su puerta echando un cigarrito y hablando… ¿De qué? ¡Pues de toros también! Y si he dejado este restaurante para el final es solo porque está más retirado desde donde vengo. Sus amplios comedores y la barra están a reventar igualmente, pero, ¡albricias!, me consiguen milagrosamente un hueco en un acogedor rincón tras una larga espera.

 -¿Cómo andáis hoy de paletillas de cabrito?

 -En Murcia de cabritos andamos bien sobrados, y más si contamos también a sus padres –me tranquiliza el sabio camarero.

 -Pues deje uno manco para mí, que hace usted una obra de caridad con un hambriento.

 Huelga decir que he comido (y bebido) espectacularmente bien, atendido de una forma inmejorable, a pesar de que no cabía ni un alfiler en el restaurante.

 Durante mi paseo por Gran Vía, de regreso a casa para velar armas antes de la corrida, coincido con más grupos de personas andando con mi mismo rumbo: unos son claramente forasteros (“Recordad que para llegar a la plaza de toros hay que seguir hasta el río y girar a la izquierda antes de cruzar el puente”); otros, alegres romeros (“¡Buscad un chino que tenemos que comprar más cerveza!); los hay aficionados habituales, con su clásica almohadilla a rayas y sus pasteles de Bonache o su merienda del Hispano; otros denotan su falta de costumbre (“Acho, ¿quién es el Roca Rey ese?)… Pero todos tienen, tenemos, en común la alegría y la ilusión en nuestras caras. Porque vamos a los toros.

 Y aunque esta tarde jugaba el Madrid competición europea, por una vez en Murcia nadie habla de fútbol ni del cansino Mbappé, sino de toros. Y me acuerdo de nuestra Virgen de la Fuensanta, que pareciera ser la única en toda la ciudad que hoy no puede ir a la plaza y debe de estar preguntándose por qué se la han llevado tan pronto al monte.

 Aunque yo estoy seguro de que también habrá buscado la forma de hacerse presente discretamente, como Ella acostumbra, intentando que no se note. Quizás estaba en el ruedo, cerca del director de lidia, velando por los toreros como tantas tardes. O quizás la tenía sentada a su lado, querido lector, y no la ha distinguido usted entre tanto gentío. ¡Quién sabe!

 Porque esta gran tarde de toros que hemos vivido no cabía ni un alma más en el coso de La Condomina. Porque otra vez la Fiesta se ha adueñado de nuestra ciudad inundándola de alegría. Porque la de hoy en Murcia era la corrida del gran Día de la Virgen.

Por José Luis Valdés / Foto: Rubén Serna

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