«LAS TRAGADERAS DE LOS MÉDICOS» por José Luis Valdés

Vaya por delante que yo soy médico y sé de lo que me hablo. Por eso me indignó especialmente lo sucedido en Linares el pasado día 28 de agosto, aniversario de la cita funesta de Manolete con Islero. Por una polémica con el equipo veterinario, que quería rechazar un toro de Núñez del Cuvillo, Morante y Manzanares amenazaron con caerse del cartel, cosa que hicieron finalmente apenas tres horas antes del inicio de la corrida.

Me recordó lo que viví directamente en una ocasión que fui presidente de un festejo. Era plaza de tercera y el ganadero había enviado una corrida de ocho toros de saldo que no tenía siquiera dos que pudieran emparejarse. Se trataba de una auténtica limpieza de corrales donde destacaban, por los extremos tan dispares, un penco a falta de una semana para cumplir los seis años y licenciarse, y un novillete con menos cara que un becerro del Bombero Torero. El veterinario propuso rechazar este último, pero optó por aceptarlo con la prudente condición de que entrara de segundo sobrero, pues en caso de extrema necesidad más valía eso que nada. Sin embargo, el torero figura y cabeza de cartel exigió que se enlotara, dejando para sobreros los dos de más trapío. De esta manera el conflicto entre torero y veterinario estaba servido. Y, según el reglamento, el presidente tiene la última palabra.

 -Presidente, hacemos lo que usted diga –me advirtió el empresario que se jugaba los cuartos-, pero sepa que el maestro Fulanito aún está en Madrid y dice que si no se hace lo que él quiere presenta un certificado médico y se cae del cartel…

Cogí aparte al veterinario, un profesional intachable, joven, riguroso y solvente, al que solo le movía el interés por la pureza del espectáculo y por el cumplimiento de la ley.

 -Como presidente yo voy a respaldar cualquier decisión que tomes –le dije-, pero tú tienes la última palabra porque aquí el profesional eres tú.

Y el veterinario, por no fastidiar las fiestas de su pueblo ni buscarle la ruina al empresario, cedió al chantaje. Y es justo reconocer que todos cedimos con él.

 Luego el famoso maestro Fulanito me montó una farsa en el ruedo intentando en vano un indulto, y por diez segundos se libró del tercer aviso. Pero esto es otra historia y no quiero desviarme del tema.

Y el tema es que en el apartado y enchiqueramiento previos a una corrida se viven muchas veces conflictos donde hay varias partes enfrentadas con intereses contrapuestos, y no siempre confesables. Cada uno defiende lo suyo y a la afición, mudos espectadores desde la distancia -y a los toros, no se nos olvide- los defienden los veterinarios. Y el presidente debe aplicar el reglamento, que regula los derechos y deberes de todos.

Hasta que llega alguien que, cual vulgar Puigdemont de nuestros días, se cisca en la ley y dice que rompe la baraja por sus santos collons.

De lo sucedido en Linares no sabemos más que lo publicado en medios de comunicación, pero todos coinciden en que se produjo una advertencia muy explícita de Morante y Manzanares de que no torearían esa tarde si un determinado toro se rechazaba. Como eso legalmente no es motivo en absoluto para incumplir un contrato, presentaron sendos certificados médicos; Morante por disnea (sensación de ahogo) y Manzanares por gastroenteritis.

Pero un certificado médico es algo muy serio, tremendamente serio, igual que lo es un acta notarial, y la sociedad concede a su firma un valor de credibilidad absoluta, suficiente para rescindir el contrato de un torero, por ejemplo.

Para mí y para todos los compañeros que conozco nuestra firma es sagrada y por eso me parece intolerable que pueda haber personas con la desfachatez de amenazar con que se toman la baja dando por hecho que su médico después se va a prestar dócilmente a ser cómplice de sus caprichos y cometer un presunto delito castigado en el Código Penal y que vulneraría también el Código Deontológico de nuestra profesión. Pero más intolerable aún me parece que pueda haber compañeros capaces de tragar con esa barbaridad.

Por tanto, si yo fuera el empresario, exigiría una investigación que aclare totalmente lo sucedido y depure las distintas responsabilidades, algo que no es fácil pero tampoco imposible. Y las asociaciones de empresarios taurinos, como ANOET, harían bien en promover los cambios legislativos necesarios que aseguren la correcta emisión de los certificados médicos taurinos.

 O eso, o seguir tragando.

Por José Luis Valdés

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