Tras 14 años de inactividad, en la plaza de toros de Lorca el silencio se trasforma en trasiego. Ya mismo se abren las taquillas, se limpian los corrales, se vuelven a desembarcar toros y se arregla el ruedo. Todo se hace con ilusión. No es un anuncio de El Corte Inglés en septiembre, pero en el Coso de Sutullena se vuelve a empezar en primavera.
Si hay un sitio dónde se controla todo el engranaje para que un festejo taurino se desarrolle con normalidad ese es la conserjería de una plaza de toros. Ese lugar donde se abren las puertas y se guardan recuerdos, donde las vivencias de cada festejo se conservan como un tesoro de pirata en la isla del corazón.
Tradicionalmente, las plazas de toros cual convento franciscano, están custodiadas por un guardián, o en este caso, por una familia por la que los mejores momentos de su vida están tocados con el albero de un escenario que los ha visto nacer.
Ahora, con el coso en manos municipales, esta costumbre, al menos de momento, ha desaparecido. Pese a ello, todos los aficionados siguen reconociendo a la familia López, cuyas raíces se bañan en la historia de Sutullena, como los guardianes de la plaza de toros de Lorca, por lo que el Ayuntamiento debería seguir manteniendo la tradición.
Alfonso López sería el actual conserje de Sutullena, si el Ayuntamiento hubiese considerado mantener la costumbre. Pertenece a la tercera generación desde que Los Alcántaras, propietarios de la plaza de toros de Lorca en 1937, decidieran que José López Vélez, un humilde labrador a su servicio, fuera guarda del coso. José y su mujer Juana, que los días de festejo ponía a toda la familia firme a las siete de la mañana para barrer la plaza y quitar la hierba del ruedo, se fueron a vivir a la plaza de toros y con ello hicieron que ese anillo girara en la vida de sus descendientes para siempre.
Desaparecido el primer López, llegó a la conserjería su hijo José López López (Padre del que sería el actual conserje). José era todo un personaje. En la reconstruida Sutullena se conserva un azulejo en su memoria. Dicen que era el hombre que susurraba a los toros, que se hacía amigo de ellos, aunque todos no se prestaran a ello, ya que alguno dio sustos a su familia al aparecer por sorpresa en el patio de caballos o hacían que su familia se tuviera que ir a dormir a casa de otros familiares por el miedo a que se escaparan, como los Pablo Romeros de 1951 que lidiaron Rafael Ortega, José María Martorell y Juan Silveti, a los que tuvieron que poner tabiques en las esquinas de los corrales para que no hicieran un estropicio.

Pero José tenía una historia muy particular con un toro que se quedó en los corrales de la plaza de toros tras suspenderse una corrida por lluvia. Estuvo tres meses dándole de comer y se ganó su confianza. “Matalhombro” era la mascota de la familia, su nobleza era tal que permitía a los tres hijos de José; José, Alfonso y Juan Antonio, subirse a él como si fuera un caballo. Pero llegó el día en que el toro amigo tuvo que salir al ruedo. Y cuando lo picaron José no se pudo aguantar y le silbó. “Matalhombro” lo buscó por toda la plaza y cuando lo encontró lo empezó a lamer. Fue toda una conmoción. Los espectadores y la autoridad decidieron indultar al amigo de José, pero José no podía hacerse cargo de él. El Niño de Caravaca le hizo una gran faena y le cortó las dos orejas. José, no pudo verlo y se fue a la conserjería a amasar en la mente lo vívido.

Con 41 años, José enviudó y volvió a contraer matrimonio con Trinidad Méndez, que también supo ser una excelente mayordoma de Sutullena.
Trinidad crió a toda la familia López pero también a esos aficionados que se cogían las vacaciones en septiembre para vivir en la plaza de toros. Uno de esos locos que ya casi no quedan era Fernando Pérez “El Narro de la Vía”, un corazón pegado a la historia taurina de Lorca que dejó de latir con solo 38 años. Fernando vivía literalmente en la plaza, le gustaba hablar con los mayorales y ser partícipe de todo lo que se movía en torno a los toros. Con 16 años creó la peña “Los valientes” con 16 amigos amantes también de la fiesta de los toros, con sede en una taquilla de la plaza de toros. Una peña que organizó festivales benéficos y espectáculos cómicos a beneficio del asilo de San Diego, que conseguían de recaudación hasta setecientas cincuenta mil pesetas de la época. Tanto fue el éxito de Fernando en los festejos cómicos que hasta el Bombero Torero lo quiso contratar.

Esa peña “Los Valientes”, forjada en la gran afición de “El Narro”, mutaría más adelante en la primera piedra de lo que hoy es El Club Taurino de Lorca, y que, al fin y al cabo, ha sido el verdadero artífice, con su reivindicación a través del lema ¡Sutullena Ya!, para que la plaza de toros de Lorca esté viva de nuevo.
Al “Narro” lo llevó Alfonso López a la plaza desde pequeño. Fue su mejor amigo. Ahora, que ya no actúa de conserje oficial, cada palabra que lleva Sutullena convierte los ojos de Alfonso en piscinas de emoción. Es su vida, el reflejo de su sangre. Hasta en el peor día de Lorca, aquel 11 de mayo de 2011, fue su refugio.

El sábado la familia López se reunirá de nuevo en Sutullena, de otra manera, para reverdecer los recuerdos de antaño. A Alfonso le han dejado estar en los corrales y dirigir el enchiqueramiento junto a su sobrino Jesús, la siguiente generación de la familia que debería haber cogido el testigo en la conserjería. Juan Pedro, quizá el más apasionado de la familia y la estrella que les guía desde hace unos años, los seguirá desde el cielo.
@elmuletazo
