Estos días está causando bastante revuelo el nombramiento de Vicente Barrera como vicepresidente y responsable de Cultura en el nuevo gobierno de la Generalitat valenciana fruto del pacto entre PP y VOX. Los dardos que le lanzan desde la acera de enfrente no son tanto por su pertenencia a VOX, que también, sino por su condición de torero. Ya se sabe: torturador, troglodita, sádico, casposo, analfabeto… y un sinfín de epítetos más de la retahíla habitual con la que nos obsequian tan amablemente los antitaurinos.
No es la primera vez que un torero se inmiscuye en la política. Don Luis Mazzantini, grandísimo estoqueador, además de inaugurar nuestro coso de La Condomina en 1887, también fue concejal en Madrid y después gobernador civil de Guadalajara y Ávila. De Huelva fue gobernador civil el famoso Joaquín Miranda, de la cuadrilla de Belmonte, que decía de su banderillero que solo había podido llegar a esa meteórica mutación “degenerando, degenerando”. Y qué decir del siniestro Jon Idígoras, Txikito de Amorebieta, aunque más que como torero éste alcanzó su fama con Herri Batasuna y en otros terrenos de sombra (la de ETA).
Pero en nuestro país ahora vivimos otros tiempos. Tiempos donde, ya superada la Transición y alcanzadas muchas “libertades” para los españoles, algunos se han propuesto acaparar una nueva libertad: la libertad ajena, la libertad de los demás, nuestra libertad. Pretenden así modelar a su gusto una sociedad tutelada donde nos marquen cómo debemos hablar, qué podemos comer, ¡hasta el protocolo para apañarse con la pareja!, y donde la tauromaquia y todo lo que la rodea esté proscrita. Y en ese mundillo proliferan como setas políticos de aluvión de escasa o nula preparación que se creen importantes porque utilizan mucho expresiones tales como empoderar, sostenible y poner en valor.
Cuando aquella tarde de 1992 en Blanca, Vicente se vistió de luces por primera vez, ya tenía 24 años. Si no lo hizo antes fue porque su padre le puso como condición que hiciera una carrera universitaria antes de ser novillero. Mientras otros no encontraban un modo más prometedor para ganarse la vida que apuntarse a las juventudes de algún partido, el cumplió su parte del trato y se licenció en Derecho. Mientras esos mismos se arrodillaban ante el jefe político de turno para lamerle los zapatos, Vicente solo se ponía de rodillas ante el toro. Mientras los Icetas del momento se pegaban codazos para entrar en cualquier lista electoral, él se ganaba a pulso figurar en más de setenta carteles por temporada a base de jugarse la vida en los ruedos.
Así, hoy, empresario de éxito y con su vida resuelta, puede dedicarse a la política si es lo que le place y para bien de todos los aficionados de esa tierra vecina de tan amplia tradición taurina, aunque le critiquen por intruso.
Y como nuestro presidente, Fernando López Miras, anda enfrascado estos días en componer su nuevo gobierno regional, yo le animaría a emular a su colega valenciano y le propongo a nuestro Pepín como consejero de Cultura. Torero extraordinario, maestro de verdad, un tipo entrañable, culto y sensible, caballeroso y educado, muy querido por los niños y sus padres. Me refiero a Jiménez, el lorquino, por supuesto.
No sé si logrará convencerlo, pero seguro que sería un auténtico “pelotaso”.
Por José Luis Valdés
